Los días 17 y 19 de marzo se celebra el día del seminario.
La familia, en la medida en que adquiere conciencia de su singular vocación y corresponde a ella, se convierte en una comunidad de santificación en la cual se aprende a vivir la bondad, la justicia, la misericordia, la castidad, la paz, la pureza del corazón (cf. Ef 4, 1-4; Familiaris consortio, n. 21); se convierte, en otras palabras, en lo que san Juan Crisóstomo llama “Iglesia doméstica”, es decir, el lugar en el que Jesucristo vive y trabaja por la salvación de los hombres y por el aumento del Reino de Dios (…).
Los padres cristianos, desde la primera edad de sus hijos, manifiestan hacia ellos diligencia amorosa, les comunican con el ejemplo y con las palabras una sincera y vivida relación con Dios, hecha de amor, de fidelidad, de oración y de obediencia (cf. Lumen gentium, n. 35; Apostolicam actuositatem, n. 11). Los padres, pues, favorecen la santidad de los hijos y hacen que sus corazones sean dóciles a la voz del Buen Pastor, que llama a todos los hombres a seguirlo y a buscar, en primer término, el reino de Dios.
A la luz de este horizonte de gracia divina y de responsabilidad humana, la familia puede ser considerada como un “jardín” o como “primer seminario” en los que las semillas de vocación, que Dios derrama a manos llenas, están en condiciones de florecer y de crecer hasta la plena madurez (cf. Optatam totius, n. 2).
La misión de los padres cristianos es extraordinariamente importante y delicada, porque están llamados a preparar, cultivar y defender las vocaciones que Dios suscita en su familia. Deben, pues, enriquecerse a sí mismos y enriquecer a sus familias con valores espirituales y morales, como una religiosidad convencida y profunda, una conciencia apostólica y eclesial y un concepto exacto de la vocación. (…)
La Pastoral Vocacional encuentra su primero y natural ámbito en la familia. Los padres, en efecto, deben saber acoger como gracia el don que Dios les hace llamando a uno de los hijos al sacerdocio o a la vida religiosa. Dicha gracia debe pedirse en la oración y debe aceptarse activamente mediante una educación que permita descubrir a los hijos toda la riqueza y la alegría de consagrarse a Dios (…).
Los padres que acogen con sentimiento de gratitud y de júbilo la vocación de uno de sus hijos o de una de sus hijas a la especial consagración por el Reino de los cielos, reciben una señal particular de la fecundidad espiritual de su unión, viéndola enriquecida con la experiencia del amor vivido en el celibato y en la virginidad.
San Juan Pablo II. Mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Oración por las Vocaciones (26-XII-1993)